una cara, un borde

lunes, abril 19, 2010

Bicentenario: ejercicio de foco y profundidad de campo.









































2 comentarios:

Laura Morales Balza dijo...

Me escondí de las verdades durante todo el día. Me hice la sorda, no logré ser muda, pero me hice la sorda. Miré el maquillaje de las calles sin permitir que salieran palabras de mi boca, anulé todo pensamiento reactivo imponiendo a manera de paraguas eso que llamo «demencia fingida». Es que a veces la ironía, aunque venga acompañada de oscuridad, me da cierto valor físico y verbal para asumir que por ahora sólo tengo estos espejos alrededor de mis movimientos.

Cuando era niña, mi papá y mi mamá me llenaron de amor. Cada uno a su manera, desde su arraigo más añejo. Cada uno, desde su infancia vivida. Los amores idos, los hallados, el dolor, la dicha, el consuelo, los logros, los fracasos... el ejercicio de vivir. Lo he dicho muchas veces, pero miro estas imágenes y es urgente repetirlo: lo que más me duele es todo reflejo donde no está más la identidad. No es una posición malcriada de niña rebelde, Marianto querida. Yo miro, miro. Insisto, y no están las cosas donde brillan los espejos. Insisto también en el adentro, ahora, más que nunca. Como mantra: es adentro, no afuera... pero es que todo ese afuera es un marco que también nos conforma. Somos permeables. La lluvia altera nuestros poros y cerramos los ojos para protegernos.

Me entristece mucho mi falta de respeto. Miro, y no creo. Miro, afuera, a color, todos esos volúmenes físicos-vívidos-tangibles y no creo. Miro, y no respeto. ¡Qué abismo! Mirar y no respetar.

Miro esa imagen donde una tela roja ocupa dos tercios del cuadro y no respeto lo que produce en mi cabeza y en mi corazón. Acepto, resignada, sin respeto. Busco en la memoria de mi infancia, intento llenarme del amor necesario para con el espacio que nos completa como ciudadanos, como individuos, y encuentro un cúmulo de islas confusas y alteradas. Miro la bandera con dolor. Miro a mis semejantes allí como desconocidos, entonces tampoco me conozco.

Tal vez llegamos al final de un camino que resulta de una sociedad que ha sobrevivido sin estima-país. Esa estima necesaria para no ser la mano que lanza el vaso desde la ventana del carro. La estima necesaria pero no ser el asesino, la mentira, el aprovechamiento, el corrupto. ¿Qué me corresponderá desde mi desamor? ¿Qué rol tendré de este lado donde los códigos no son lúcidos ni claros?

Se me salen las lágrimas. ¡Niña valiente!

Yo me escondí en la música de un ensayo y luego en las sábanas y miro ahora lo cerca que estuviste de toda esa simbólica iconografía.

¿Qué vendrá con esas sombras? No puedo mirar esas figuras gigantes, ese escudo cubierto, ese monumento pendiendo, caído, a pesar del cielo.

Qué contrastes. Qué gigantes y qué minúsculos esos hombres ¡Cuánto silencio!


Minúscula, debajo del paraguas...


Laura

José M. Ramírez dijo...

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A mi papá, por sus ojos acuosos frente a la imagen.